Toledo siempre ha sido elegido por hechiceros, brujas y nigromantes como importante ciudad en el aprendizaje de sus oscuras artes desde hace siglos. La presencia en Toledo de tres culturas también influyó en dotar a la ciudad de la intensa presencia demoníaca. Los árabes le denominan Aroth o Maroth, los hebreos Husa o Ázael, los cristianos Belcebú, Satán, Lucifer, Abbatón, Asmodeo, Trifón, Sabbataal…
Y era frecuente que los cristianos achacaran la presencia del maligno a los habitantes judíos de Toledo, dado el desconocimiento que éstos tenían de las recogidas prácticas religiosas hebreas.
En la leyenda toledana, “La Mansión del Diablo”, se nos narra cómo en el Barrio de San Miguel, cercano al Alcázar, una noche, en una negra casa con tradición de “ocultista”, donde se decía que vivía el Diablo, se reunían para dar lugar a todos los vicios: blasfemias, peleas, el juego y el robo, la usura y la estafa. Cuando una noche estaba acabando la reunión macabra en la casa, y mientras todos iban saliendo, repentinamente la casa arde en llamas, y pronto queda reducida a escombros, abrasando a sus habitantes, quedando enterrados con la maldad que en la casa habitaban.

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